HENRY K. BEECHER: UN DISRUPTOR ADELANTADO A SU ÉPOCA

 

Henry Knowles Beecher fue un anestesiólogo estadounidense pionero, investigador del efecto placebo y especialista en ética médica, que por su carácter algo polémico, rompiendo barreras y revolucionando todo a su alrededor, estamos seguros que habría formado parte del equipo Sedalux.

Criado en la Kansas rural durante la Primera Guerra Mundial, cambió su apellido alemán por el anglófono Beecher en la década de 1920 y viajó al este para obtener su título de médico en Harvard. Durante la Segunda Guerra Mundial, realizó una influyente investigación sobre el dolor que situó el problema de los placebos en el centro de los debates sobre cómo diseñar adecuadamente los ensayos clínicos.

Tomó notas de sus observaciones en los combates de las playas de Anzio y ante los horrores de Monte Cassino, donde continuó con sus descripciones sobre el dolor y la reanimación mientras cumplía con sus obligaciones en la Segunda Guerra Mundial, experiencias que inspirarían su trabajo futuro. Esto le permitió, posteriormente, exponer la hipótesis que el dolor tenía dos aspectos: el propio de la lesión tisular y el significado del dolor para el individuo. Fue un adelantado para su época entendiendo la diferencia que hay entre nocicepción y dolor (o experiencia dolorosa) así como los entresijos de nuestra psique en el procesamiento del dolor.

Y es que, en su estudio sobre el impacto del dolor en soldados, comentó que los soldados heridos en batalla piden fármacos contra el dolor con menos frecuencia que los civiles con heridas similares. Su explicación a este comportamiento es que la consecuencia de la experiencia que ocasionó el dolor es distinta para los soldados que para los civiles. Para un soldado una herida grave podía suponer librarse del combate, sin embargo, para un civil una herida significa inconvenientes personales, pérdida de tiempo y dinero (Beecher 1945).

Entre el fin de la Segunda Guerra Mundial y el inicio de la Guerra Fría, Beecher fue financiado por la Oficina del Cirujano General del Ejército con 150.000 US$, para investigar “El desarrollo y la aplicación de drogas que ayudasen en el establecimiento del control psicológico”. Se involucró en la experimentación con el ácido lisérgico (LSD), secobarbital, anfetaminas y meperidina.  Fue muy criticado, a pesar que su trabajo sobre los efectos del LSD fue coherente con la línea de investigación que inició durante la guerra. También debemos considerar que hasta 1960 el LSD era una droga lícita y aprobada para su uso, y la publicación del trabajo de Beecher fue aproximadamente 10 años antes. Más aún, la droga no era considerada como alucinógena, sino con efectos “psicótico-miméticos”.

Se le acusó de una doble moral al investigar con LSD con fondos militares, pero la lectura de sus escritos, refleja su preocupación por el conocimiento de las funciones cerebrales superiores y de los fármacos (que para aquel entonces no tenían aún gran desarrollo asociado a las patologías y su comportamiento). Como persona íntegra y transparente, reconoció sus errores en los estudios en los que participó, y buscó constantemente que otros no cometieran los mismos errores.

Además de plantearse problemas de seguridad clínica en la práctica de la anestesia, en 1968 lideró un grupo de trabajo en Harvard para examinar la definición de “muerte cerebral”, que estableció estándares influyentes y controvertidos que permitieron a los médicos desconectar a los pacientes del soporte vital; fue el primer consenso sobre criterios de muerte cerebral: los llamados “Criterios de Harvard”.

Pero lo que hizo que se le recordara fue su artículo “Ética e Investigación Clínica” en el New England Journal of Medicine (NEJM) de 1966, donde se propuso llamar la atención sobre una debilidad en la ética de la investigación denunciando 22 estudios en los que se violaban derechos humanos y con el que contribuyó a encender y a instalar en la comunidad científica un debate necesario acerca de los alcances y los límites de la ética médica y en cómo deberían valorarse los daños posteriores a la exposición de seres humanos a “experimentos”, y que fue fundamental para la implementación de las normas federales sobre experimentación humana y consentimiento informado.

Beecher inspiró el quehacer actual de la investigación en salud. Su vida estuvo atravesada por profundas contradicciones y tensiones entre lo ético y lo no ético, entre lo legítimo y lo ilegítimo, entre lo legal y lo ilegal, entre lo correcto y lo incorrecto, entre la duda y la certeza; no obstante, fue un anestesiólogo adelantado a su época al vislumbrar que la expresión tangible y práctica de la ética es la “integridad” en la investigación.

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