DOLOR, CONSCIENCIA Y ANESTESIA

 

Desde tiempos inmemoriales el hombre ha tratado de evitar el dolor y manejarlo de alguna forma con tal de paliarlo o suprimirlo.

Sin querer hacer un repaso histórico de las muchas referencias escritas que hay sobre el dolor, desde la antigüedad ha habido una evidente preocupación por intentar dominarlo.

Un concepto interesante de la medicina de nuestros días es como el dolor físico se desdibuja con el dolor psíquico, llegando muchas veces a confundirse. La frontera entre lo uno y lo otro siempre ha resultado muy tenue y se traspasa fácilmente, resultando difícil distinguir bien entre dolor y sufrimiento, por lo que resulta más fácil considerarla como un todo; ya Aristóteles nos describía a los dos “con centro en el corazón”.

Siempre se ha reconocido la relación entre el estado de consciencia y la percepción dolorosa, de ahí que lo más eficaz contra el dolor fue desconectar "lo consciente".

La historia nos aporta ejemplos en los que, al influir sobre la consciencia, se lograba atenuar o suprimir la percepción dolorosa, mediante distintos grados de manipulación o depresión del sistema nervioso central.

Las primeras evidencias escritas del uso de la sedación como tratamiento del dolor provienen de los sumerios y egipcios quienes recurrían al opio, alcaloide de la “adormidera” (papaver somniferum), planta originaria del Asia menor, para producir un sueño que “suprimía el dolor”.

El opio fue probablemente la primera droga descubierta por el ser humano y ha servido desde tiempos prehistóricos para calmar el dolor, como específico contra la fiebre y dolencias gastrointestinales, y para inducir el sueño. En 1803 Sertürner aisló el principio activo de este alcaloide y le dio el nombre de morfina (que proviene de “Morfeo”, el dios griego del sueño).

Pero a lo largo de la historia se usaron todo tipo de brebajes y pociones sedantes, como el máfèisàn o el dwale, mezclas de extractos de diferentes hierbas que contenían sustancias como el cannabis o el matalobos de flor azul (Aconitum napellus) una planta venenosa; otros contenían belladona, una de las plantas más tóxicas del hemisferio norte; o la mandrágora y el beleño, capaces de inducir una inconsciencia profunda y duradera, ampliamente usados para sedar en Europa, Asia y el mundo islámico desde el siglo XV hasta bien entrado el siglo XIX.

Otros métodos usados para influir sobre la consciencia como tratamiento del dolor (mucho menos eficaces que las “pócimas” que, en manos inexpertas, podían acabar envenenando al paciente) eran: la sugestión hipnótica y la intoxicación alcohólica, usados para practicar curaciones cruentas. Otro clásico ejemplo lo tenemos en la anoxia controlada, que se relata en la tradición hebrea para realizar la circuncisión en niños. Y, por último, como caso extremo, cuando todo esto fallaba o no estaba disponible, se recurría a atestar un traumatismo craneoencefálico con tal de dejar inconscientes a aquellos pacientes que necesitaban ser sometidos a una intervención quirúrgica, método habitual en la medicina del siglo XVIII.

Con esta breve “pincelada histórica” podemos hacernos una idea de cómo eran las intervenciones en el pasado y recordamos como dolor, consciencia y anestesia siempre han ido de la mano.

linkedin facebook pinterest youtube rss twitter instagram facebook-blank rss-blank linkedin-blank pinterest youtube twitter instagram